jueves, 26 de febrero de 2015

Los museos y la demagogia


La demagogia es una estrategia para alcanzar el poder y carga, desde la mismísima Grecia clásica, con una buena dosis de elitismo al considerar inapropiado el poder del populacho. Hoy hace irrupción el populismo, término que pasó de ser reverenciado hasta hoy vituperado; no por mucho la derecha europea se denomina Popular.

Los Museos tienen su raíz y origen en el elitismo, por más que quieran disfrazar de musas a las pobres empleadas del poder. Leído en clave “popular” son la materialización del coleccionismo y el germen de la apropiación indebida. Por tanto subyace, sin ambages hasta el presente, un origen espurio que se ha teñido de magnificencia con el correr de los años y objeto de deseo de nuevas ofertas para el poder económico.

Me parece tan demagógico hacer un concierto de música etno en una sala destinada a la observación de pintura clásica como cerrar el museo y sacar las obras a la calle y dar una conferencia pública.

La demagogia y el populismo sustentan su razón en la estrategia para alcanzar el poder y los museos también son un campo de batalla donde dirimir políticas y rentabilidad social y económica.

¿Qué hacer con los museos? Probablemente lo mismo que con los centros de interpretación, que siguen intentando ser un remedo de un museo a otra escala y con otros medios: dotarlos de servicios al visitante y discriminar qué se puede y no se puede hacer para el ámbito que la política cultural haya definido para dicho museo y restringir la autarquía para acometer un fin social estructurado.

Usemos este ejemplo: en Europa hay una moneda única y cientos de miles de impuestos, leyes, presupuestos nacionales, impuestos, coeficientes de rentabilidad, aranceles aduaneros, negociaciones ilegítimas para evadir impuestos, etc etc. Si quieres una comunidad económica debes regir a todo el sistema con las mismas reglas, no puede haber trenes de dos o más velocidades.

Si partes de considerar la moneda de los museos como la cultura, una y diversa, debes tener un sistema que organice a todos aquellos equipamientos, organismos y asociaciones para un fin común que ya no es la democratización de la cultura sino el fomento de una cultura democrática. En este planteo, los Museos son como los bancos nacionales de los países, reguladores y autárquicos, y que muchas veces compiten y se pasan por el forro las necesidades de los pequeños museos, en un símil con las cajas de ahorro locales donde siempre abrevaron para su liquidez las personas más humildes y trabajadoras.

Un museo demagógico es aquel que utiliza todo su presupuesto en mercadotecnia para estar en el candelero y apela a la sinrazón para conseguir visitantes, número mágico que le permitirá seguir perteneciendo a la élite de las instituciones “culturales” rentables.

Un museo populista es aquel que sabe diferenciar las necesidades que tienen los ciudadanos para quienes está al servicio, dentro de la gestión del patrimonio que posee (materialmente y el que se relaciona con su tema en el territorio que se le asigna nacional, atutonómico, provincial, local, barrial) y las del poder que lo cobija, digamos su Gobierno Nacional, su autonomía, su diputación o el consorcio o fundación que lo sostiene.

En esa doble tensión entre poderes (y de allí la utilización del término populista, que es saber reconocer el poder de la ciudadanía) transitan las posibilidades de una buena y razonable gestión patrimonial de las colecciones y del patrimonio de su territorio 1.

1. Declaro que no comprendo la existencia de un Museo como un equipamiento abocado exclusivamente a su colección y que orgánicamente debe existir un territorio cuyas delimitaciones son acordes con la esencia de sus colecciones, del cual debe investigar, conservar y difundir y quien sería responsable de dicha parcela patrimonial, en coordinación con otras instancias de la administración de cultura que superpongan competencias.

Una vez aclarado a quien sirven y de quien se sirven, la tarea es incruenta, relacionar la colección con el territorio y devolver y completar dicha colección, ya sea materialmente o a través de relaciones de todo tipo con los mismos referentes patrimoniales dispersos y lograr que tu comunidad lo comprenda y disfrute.

Una forma de “dinamizar” el museo sin invertir en museografía ad hoc (nuevas tecnologías, botones, tactilidades, superficies pulidas, luminarias escénicas, etc) es revisitar lo que ya tienes, retirar obras de salas y generar una experiencia diferente, incluso así estaría de acuerdo con la música, el teatro, la pintura o lo que “el recuerdo” de la colección oculta necesite. Se me ocurren cientos de actividades de muchísimo impacto social y bajo coste para poner un museo en el lugar que debe estar.

En otra línea, sacaría a los directores de museos a la calle. A recorrer su territorio, a entrevistarse como un comercial con los potenciales financiadores, con sus jefes de la superestructura, con los medios de comunicación, con las asociaciones civiles de ciudadanos de todo tipo. Para que tomen aire y miren la realidad desde otra perspectiva. Haría un consejo patrimonial de Directores de museos por territorios para que trabajen coordinada y mancomunadamente.

Solicitaría a todas las asociaciones, colegios y agrupaciones de profesionales que sean partícipes de mi gestión de todas las formas creativas posibles. Y democratizaría (yo popularizaría) la Asociación de Amigos de mi Mueso para quitar muchas telarañas en caso de haberlas…

No vivamos crisis que no nos pertenecen. Hay vitalidad en el museo en la medida en que la hay en la sociedad. Hay desidia en el museo en la medida en que las administraciones vegetan aludiendo a los recortes y la crisis. Los museos necesitan que sus responsables conviertan a los ciudadanos en sus custodios y no en visitantes dinamizados, también se puede movilizar a la ciudadanía en contra de los abusos del poder económico desde la cultura y en particular desde los museos. No queremos Museo elitistas, poderosos, que se rigen con las leyes del mercado, queremos museos populistas, comprometidos con la educación, la libertad y la igualdad de oportunidades culturales.

Marcelo Martín

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