viernes, 11 de septiembre de 2009

No te fuiste

Una primigenia desconfianza vegetal, anterior a mi propia existencia, sabia de padeceres acuáticos cuaternarios, hizo que las dos veces que vine a regar, ellas, exhultantes, lozanas y satisfechas rieran a mis espaldas con sus tiestos rebozantes de agua.

¿Magia, una mano anónima, siniestras goteras invisibles, conexiones subterráneas virtuales? O quizá lo peor; lo más triste y desconsolador. No te marchaste nunca a Cuba. Viviste escondido en el armario acechando la verdadera y declamada solidaridad del que dijo venir a regar, pero que tú, en el fondo, no creíste.

Las sospechas cobraron fundamento cuando, al hacer la maleta, echaste en falta el libro. La incertidumbre de verte desvalijado fue más fuerte y decidiste quedarte.

Por eso no abrí el armario. Tuve miedo de verte víctima y victimario. Preferí dejar la nota y pensar que a tu regreso sabrías perdonar. Un regreso imposible que no había tenido ni siquiera partida.

En el fondo adoro a los desconfiados, porque saben sufrir por lo que es suyo, padecer el reproche de los cumplidores y el rechazo de los mentirosos y ladrones.

Te volveré a ver cuando decidas hacer que regresas.

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