viernes, 20 de diciembre de 2013

Apuntes subjetivos para una época de crisis

Un grupo de amigos se afanan por fundar una nueva cofradía cuya originalidad consiste en ubicarse a medio camino entre lo sagrado y lo profano: “Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Emprendimiento” con sede en La Cartuja, entre el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y el Centro de Arte Contemporáneo, núcleo cultural y significativo si los hay.

Son todos ellos universitarios, preferentemente de las Humanidades; autónomos alternativos, no por su actividad sino por su particularidad de darse alternativamente de alta y de baja de la Seguridad Social; emprendedores, término que tiene la tendencia de alcanzar un estado mítico dentro de la gestión cultural y del patrimonio; jóvenes de edades que superan la óptima para independizarse de los padres y por debajo de la necesaria para tirar la toalla. Son gente digna, bien educados, bien formados, con un exceso de voluntarismo y cierta pasión que los delata a la hora de conseguir un empleo bien remunerado. Por supuesto están en el paro, sea con registro efectivo o no en el INEM.

Todos ellos llegaron a la conclusión que el Emprendimiento es una acción cuasi religiosa y de ahí que su estudio de marketing cultural, para resignificarse en el sector de las industrias culturales, los condujera a tomar la decisión de fundar una empresa que, sin esperanzas de obtener excesivos rendimientos económicos, tuviera una clara inserción en el sector patrimonial y cultural de esta ciudad: una Hermandad, y este caso de Penitencia. (Todos ellos cargan con la cruz que les entregaran junto con su título universitario y que son incapaces de abandonar en un rincón de la ciudad, porque toda ella les recuerda que están íntimamente ligados a las artes y costumbres populares que los rodea desde muy pequeños).

Entre sus fines y con período indefinido, esta Hermandad y Cofradía, en Adelante la Hermandad, se constituye como asociación pública de fieles a la Cultura, y como Sacramental y Cofradía de Nazarenos que tiene como fin primordial el culto público al Emprendimiento, especialmente dirigido hacia el Patrimonio y la difusión en general.

Pueden ser hermanos todos los licenciados, incluyendo catecúmenos, masterizados y sobre todo doctores que, presentados por un hermano y no estar impedidos por el derecho, se comprometan mediante juramento ante la ley del Patrimonio Histórico Andaluz y las reglas del Ilustre y muy Ambicioso Colegio de Emprendedores, Gestores y Difusores Culturales (CEGDC), al cumplimiento de las reglas; a la presentación al menos una vez al año a concurso público de actividades patrimoniales y culturales; a estar inscriptos en un Colegio Profesional; estar al tanto en el pago a la Hacienda Pública y carecer de antecedentes en las listas del pesebrismo de la Junta de Andalucía.


Esto, que puede sonar irreverente, es una de las muchas formas en que los profesionales dedicados al patrimonio cultural y natural podemos tomarnos en serio la actual situación por la que transitamos.

Hace sólo veinte años, cuando muchos de los que hoy intentan un acercamiento al mundo laboral en este sector estaban en el parvulario, la depresión post expo 92 nos sumió en el oscurantismo profesional y hubo que movilizar mucho para que la administración se sacudiera el sopor y tomara consciencia de la importancia que el sector cultural en general y el patrimonial en particular, iban a protagonizar en las dos décadas siguientes.

Sólo una pequeña minoría sabía qué era un centro de interpretación; la frase clave era “patrimonio como factor de desarrollo” sin especificar qué patrimonio y mucho menos qué desarrollo. No había interpretación del patrimonio, ni se hablaba de dinamizar. No había desembarcado aún la formación que incorporara conceptos de producto patrimonial ni muchísimo menos industrias culturales, término afianzado por los franceses que no tuvo toda la repercusión que luego alcanzaría. Y sin embargo no éramos unos paletos culturales, buscábamos bibliografía, en francés y en inglés, ya que los italianos, académicos ellos, no ingresarían tampoco a toda esta modernidad lingüística y Memorabilia, la Carta de Riesgo y la conservación preventiva, eran sus máximos protagonistas.

Alguien puede trazar un paralelo con la pregunta que todos nos podemos hacer hoy: ¿Cómo podíamos vivir sin internet, sin teléfonos móviles inteligentes, sin correo electrónico? Pues cómo podrían vivir sin interpretación, sin dinamización o interacción con el patrimonio… Pues así fue… y aunque políticos avispados supieron incorporar a su lenguaje términos de moda, llevamos muchos años intentando que, además, sepan qué es y como se aplica en la gestión sostenible de nuestro patrimonio.

España ha inmortalizado el vivir por encima de nuestras posibilidades, bueno eso dicen ciertos sectores. Porque el Patrimonio, bendita herencia material e inmaterial de nuestra cultura en el pasado, sigue viviendo muy por debajo de las posibilidades, aunque sea rodeado de una terminología que sería la envidia de los semióticos y hermeneutas de los 70.

Cuando afirmo que está por debajo de las posibilidades no me refiero a su restauración o revaloración, y sí a lo que debería haber sido la puesta en valor o simplemente, para ser coherentes con ese pasado carente de terminologías ad hoc, una digna expresión de su materialidad y de su mensaje como testimonio del pasado. Hemos invertido mucho como sociedad en rescatar edificios de la inopia, conjuntos de la barbarie y del olvido y objetos artísticos de todo tipo de la telaraña de museos sin climas ni luces apropiadas. Hay mucho realizado en este terreno. También se ha logrado un potente cambio en la percepción social del patrimonio. Hoy no resulta curioso un romano en Itálica y nadie diría que es un cofrade de la Macarena despistado; nadie se asombra por una visita teatralizada en cualquier sitio histórico o natural; ninguna madre cree que no haya una visita para niños organizada y atrayente para sus hijos en un fin de semana. Hasta mi tía sabe que existen centros de interpretación, aunque ella se empeñe en llamarlos museos. Todos somos capaces de reclamar un guía con formación y apropiada comunicación de lo que estamos visitando. Sabemos usar un smartphone con códigos QR y utilizar un monitor interactivo en un equipamiento cultural.

Estamos a la altura de nuestras posibilidades. Sin embargo nunca el personal formado para la gestión patrimonial, y muy bien formado, viajado y alimentado, estuvo tan mal. Sí ya sé, es la crisis. Pero a mi edad creo que no es por la crisis sino a favor de la crisis, o mejor dicho de la privatización de la vida pública en aras de mejorar y ampliar al máximo los límites de un mercado potencialmente rentable.

¿Cómo puede ser que a mayor formación, con menor edad promedio, superior nivel de información, uso de idiomas y masters y posgrados a diestra y siniestra, nuestros profesionales de la gestión patrimonial y cultural tenga tan pocas posibilidades? ¿Qué sucede aquí para que, una vez alcanzado el dichoso nivel profesional que señalábamos como la principal carencia para ser un país europeo con patrimonio social y económicamente rentable, eso no sea posible?

Hay tres factores que fallaron: los políticos que decidieron entender lo que les convenía sobre intervenir en el sector cultural y patrimonial; la relajación de las exigencias de calidad para con el patrimonio por parte de los profesionales que tuvimos la suerte de producir equipamientos y acciones; la embriaguez generalizada que el disfrute sensorial produjo sobre otro tipo de disfrute más racional e inteligente.

Por supuesto que esta generalización no es una forma de diluir responsabilidades, sabemos que políticos y profesionales no podemos sentirnos igual de inocentes o culpables que nuestra sociedad como visitantes y usuarios de nuestro trabajo.

Es justamente sobre el reconocimiento de nuestro papel en la gestión del patrimonio lo que me lleva a reflexionar sobre el actual estado de nuestra profesión.

Vivir en tiempos revueltos implica mucho más que una buena formación y el dominio de idiomas, si no se quiere ir uno de su tierra. La dureza de las situaciones que inducen a depresiones, mirar para otro lado, abandonar la senda para transitar a pie por la peligrosa autovía de la globalización nos necesita armados de herramientas de carácter ideológico, que no político, respecto de lo que se debe hacer, de lo que podemos hacer y de lo que nos dejan hacer. He aquí la trilogía de la cuestión.

Decía que la percepción social del patrimonio y las vías de acceso que tiene hoy la sociedad en su conjunto ha mejorado mucho. No tengo dudas, sólo matices. Pero debo llamar la atención sobre la calidad de las experiencias que generan esa percepción, de los objetivos extra patrimoniales que se esconden detrás de ejemplificadoras actividades y, finalmente, de los nunca evaluados niveles de satisfacción de esa percepción por parte de los gestores (y agregaría del propio patrimonio si pudiera hablar).

Hace tiempo escribí esto: “en asociación a estas ideas tienen lugar otras vicisitudes de carácter programático como la consideración de la comercialización del patrimonio, el marketing cultural, etc. Comienza a suceder que también nuestros países encargan su patrimonio a gestores empresariales que introducen los conceptos de la mercadotecnia al patrimonio. Aunque para muchos políticos y administradores de la cultura esto puede parecerles acientífico, y a veces hasta vulgar, sin embargo recomiendan a sus gestores culturales que aprendan de ellos, alegando que se corre el riesgo de “perder audiencia”. La gestión del patrimonio cuenta de este modo con el respaldo de profesionales de comercialización, financiación y estudios sobre preferencia de los visitantes, lo cual de por sí, no nos resulta totalmente inadecuado, en tanto y en cuanto no abandonemos nuestro patrimonio en manos de una concepción generalista, abonada de todas las técnicas del mercado que sean necesarias sino, por el contrario, aboquémonos a una plena concepción humanista de nuestro patrimonio, aún a riesgo de no parecer progresistas o “vernos de lleno lanzados a la bancarrota”.

“El proyecto de la aplicación de la gestión empresarial al patrimonio, con todas sus vertientes positivas, comienza a desembarcar acríticamente en estas latitudes. La necesidad de la puesta al día del debate patrimonial desde todas sus perspectivas: investigación, documentación, intervención y difusión no puede dejar de lado esta problemática. Cuando el mercado se coloca por encima de las necesidades, la cultura, entendida como parte de ese mercado, hace inútiles todas aquellas empresas que no sean eficaces; así sucede que la investigación histórica pierde valor frente a una historia como supermercado de imágenes; las restauraciones cobran interés en la medida del marketing cultural y los centímetros de prensa que generan; la documentación sólo importa cuando se digitaliza y puede convertirse en productos interactivos de distribución masiva, y las disciplinas como la museología y las técnicas expositivas ingresan definitivamente en el campo de la comunicación”.

“Lo que da en llamarse el pensamiento único o el proceso de globalización sitúa en primer plano un predominio absoluto de la mercantilización de todo aquello que puede ser mercancía como un modo imperativo y que muchas veces queda encubierto por el concepto de eficacia (donde quizá fuera más apropiado la eficiencia o lo apropiado). Pero sobre todo ha surgido como consecuencia de esa transición paulatina de un modelo de gestión del patrimonio guiado por el imperativo conservacionista, a otro orientado por criterios de rentabilización, proceso que, en definitiva, creemos que se debe situar en la estela de uno más amplio (en el que estamos inmersos y por ello aún no se vislumbran con claridad sus límites y rasgos) de transición de un modelo de Estado moderno centrado en la administración de personas a un Estado postindustrial centrado en la administración de recursos y servicios” ("@" MARTÍN, 1998).

Cuando sostengo que hoy es tan importante estar armado de ideas y principios como de conocimientos y experiencia no creo estar muy errado (que no herrado). Pongamos por caso nuevas ideas en el campo de los guías de patrimonio.

Los greeters o anfitriones son voluntarios que dan la bienvenida a los turistas en su ciudad o región, y muestran de forma gratuita una visión de la ciudad como lo harían con los amigos o la familia. Es una forma de turismo social; los residentes participan en las actividades de los turistas, y los turistas tienen la oportunidad de obtener una experiencia más cercana de la vida cotidiana del lugar visitado. "Los greeters no hacemos tours! Compartimos experiencias personales."

Si pudiéramos establecer una amplia polémica seguramente, como todo en la vida, habría al menos tres posiciones básicas, la primera, que considero la más corriente en vista de la tradición elitista de casi todo lo referente al patrimonio histórico artístico (reforzado con la vieja nomenclatura), que nos situaría en el campo del intrusismo, de la falta de conocimientos y de la “calidad” de la visita. Un segundo grupo que considera que “todo es patrimonio” que hay que acabar con los relatos estáticos y dirigistas de nuestra memoria y que los ciudadanos tienen el derecho inalienable, por ser los depositarios del legado cultural, de participar en la gestión y difusión de su patrimonio. En medio un grupo entre progresista y despreocupado que ve tantas contras como aciertos al tema y que, en aras de una mejor convivencia y comprensión de ciertos colectivos, mira hacia otro lado o practica el laissez faire.

Paralelamente este ejemplo sirve para ver qué tipo de amoblamiento interno tenemos a la hora de pensar y atraer nuevas perspectivas de acción/reacción entre el Patrimonio y la sociedad que lo sustenta.

¿Se trata de una competencia desleal o de una injerencia de la administración en la gestión local del turismo de cercanías? He aquí dos polos de discusión, aunque probablemente ninguna de estas tenga que ver con toda la realidad. La causa de que las administraciones locales estén aplicando estrategias que surgen en las grandes ciudades europeas y americanas de forma espontánea y sin articulación institucional en torno a buscarse la vida, ya sea ofreciendo alojamiento, comida, conocimiento o espalda de carga para llevar y traer (sherpas urbanos), está relacionado con la nula capacidad que el sistema económico les deja para generar empleo efectivo y de calidad para ofrecer como servicio. Se quiere reconvertir la falta de empoderamiento ciudadano, la incapacidad para controlar los flujos de trabajadores sin trabajo y las nuevas demandas de ciudadanos en tránsito o de visita con “creatividad” y “apertura a soluciones alternativas” que en el fondo no tienen sustento ideológico ni respaldo social, sino oportunismo.

A nuevos problemas nuevas soluciones, eso requiere de valentía en el análisis de la situación y no soslayar la vinculación con todos los intentos de asalto al poder ciudadano, simplificando el tema como señalar culpables a otras víctimas del sistema. “Esto del voluntariado..., sin ir más lejos los abueletes voluntarios que se aprenden un discurso y ya ejercen de guías... Yo no digo que no sean útiles tras la jubilación, pero sí es cierto que es un puesto que podría ocupar un guía profesional”.

Tampoco se cuestiona, habitualmente, lo que cada día se hace más necesario: el estado de la cuestión. ¿Creemos de verdad que el suelo que pisamos es el mismo que hace, digamos, cinco años, antes de Lehman Brothers, o las subprime? ¿Pensamos a la misma velocidad que los acontecimientos, o seguimos deliciosamente estructurados en las preocupaciones del intrusismo laboral, las competencias profesionales, los códigos deontológicos, los planes de calidad, las certificaciones quién es o no es en la gestión del patrimonio?, cuando la inestabilidad laboral de un número más que importante de profesionales abocado a la gestión del patrimonio nos desempeñamos como greeters administrativos o sherpas becarios… ¿valemos por lo que sabemos o seguimos aferrados al título?

En Silicon Valey no existe el intrusismo sino gente con capacidad creativa y confianza en sus ideas. Una tablet bien explotada es casi más importante que un máster de mala calidad aunque sea “oficial”. Y agrego yo, y un diseño de interiores mental que permita saber quiénes somos, qué podemos hacer y quiénes están del otro lado del mostrador.

Transcribo un párrafo de un mail de una amiga, en torno a esta cuestión: “como educadora ambiental me revelo ante los equipamientos de educación ambiental que no contratan a educadores profesionales. Sin embargo, la experiencia me ha hecho repensar si esta idea es una verdad absoluta. En una aldea del interior de Galicia, asolada por el éxodo rural, hay un equipamiento en el que, como voluntarios, "prestan sus servicios" las abuelas y abuelos de la aldea. Así dicho es aberrante, pero cuando uno se involucra en la experiencia y descubre que no existen jóvenes, y mucho menos, jóvenes formados en ese entorno; que sólo viven personas muy mayores, que van enfermando por soledad y abandono, y que los promotores tenían como objetivo claro la puesta en valor de la cultura y los valores de esa comarca, recuperando el "alma" del lugar a través de sus pobladores... A lo que se suma que una de las fórmulas que encontraron fue ofrecer a las personas mayores una actividad y un compromiso; que incluía dar a conocer sus saberes y formas de hacer (lo que les obliga a seguir reinventando la tradición y a tener contacto con pequeños y jóvenes, es decir, con esa población que ya no existe en su aldea). Cuando un profesional como nosotros “comprende” el contexto social y material, “entiende” que los responsables optaran por renunciar a contratar a una persona "experta" en educación ambiental, muy probablemente desconocedora de ese mundo y contexto, y apostaron por recuperar y no dejar morir las tradiciones, giros lingüísticos, cantos, bailes... dándole protagonismo a los pobladores que, como voluntarios reciben una "pequeñísima" remuneración importantísima en sus frágiles economías de jubilados agrarios... y que han vuelto a ocupar las casas, las calles, los oficios... Cuando lo vi y lo viví como protagonista, pensé que siempre existe una idea nueva como excepción a la norma”.

Creo que más que crisis lo que nos afecta es el estilo “miseria”. Greeters, sherpas, micropagos… todo es micro empezando por los sueldos.

El emprendimiento, la biografía digital, el marketing personal, la explotación de una creatividad superficial, los networking, los team building, etc. etc., han llegado para quedarse y ocupar el lugar que antes ocupaba la discusión y el debate por el valor y potencial del patrimonio natural y cultural como motor de desarrollo local y fuente de identidad para los ciudadanos. ¿Sigue vigente esta obviedad? Ya sé que resulto exagerado, si no lo fuera no tendría oportunidad de que me leas. Pero reflexionemos sobre la gran cantidad de subtemas y preocupaciones que vinieron a competir con los problemas esenciales de la comunicación estratégica de nuestro patrimonio a la sociedad. Cuántos cursos de interpretación, museografía didáctica, educación ambiental se dejan de emitir para darle lugar a la dinámica de grupos, la mercadotecnia o como venderle un paseo guiado a esos guiris…

La pauperización general de la sociedad, que ya ha llegado con creces a la clase media que suele mirar, como yo, master chef, el intermedio y al Eisntein catalán que divulga lo científico en la 2, nos impele a utilizar mucho más tiempo en ver de dónde nos llega el recorte, de dónde vamos a sacar los recursos para llegar a fin de mes y de dónde conseguiré al menos un empleo que me permita pagar el alquiler.
¿Es éste el clima adecuado para la puesta en valor y comunicación e interpretación del patrimonio? Alguien me dirá que sí, que es una gran oportunidad, que el sector privado se dé a conocer como emprendedor y generador de nuevas ideas. Soy escéptico, vengo de otro lado, una sociedad acostumbrada al subsidio necesita muchos años para pasar al modelo privatizado y productivo sin caer en la superficialidad creativa, la importación acrítica de ideas o la producción de la “calidad posible para ser rentable”, en un mercado altamente competitivo.

Y no estoy hablando de un grupo interesante de jóvenes que han desarrollado dignamente una idea y la ejecutan con calidad. No, esa es una minoría, me refiero a ese 65% de universitarios que, encuestados, dicen aspirar a un cargo público como máxima aspiración profesional/económica.

Habrá que sacudirse el polvo que se acumula en los intersticios cerebrales, habrá que repensar un mundo donde el capital ha soslayado inclus, su capacidad de mostrarse humanizado, donde la política depende de los intereses personales que a su vez sirven a intereses aún peores. Repensarlo desde la búsqueda de mantener una buena relación entre el Patrimonio y la Sociedad, que le permita a esa sociedad entenderse, entender qué le pasa y aprehender un pasado para que no se repita; nuestro trabajo se dignifica y nos permite decir “we can” no como slogan sino como una frase potente. Complementemos la alfombra y el sahumerio de la meditación, el Prozac de la depresión, la capucha para la manifestación con el trabajo consciente de que seguimos siendo importantes, claves en un determinado sector de la sociedad y recordando que el Patrimonio, dentro de lo que cabe, no ha sido campo de especulación y corrupción tan destacado como otros territorios de nuestra realidad, en la medida que no logra llegar a ocupar ese lugar que nosotros soñamos.

A ver si empezamos a reivindicar que haya trabajo y veremos cómo se acaban los “intrusismos” los microsueldos, y dejamos la microvida para volver a ser personas completas.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Palabreo

Tengo un amigo que quiere ser escritor. A mí no me gusta lo que escribe ni cómo lo escribe. Siempre le sobran palabras. Pensando en él y en su último envío me dije que en esta ciudad hay un exceso de palabras, en general. Así, mirando grueso y sin enfocar demasiado. Como paradoja del andaluz, un idioma que tiende a apocoparse cada vez más y que, una vez escuché en la radio, será el castellano del futuro. Las palabras son tan abundantes como abrumadoras. La señora que está delante de mí en la cola del trámite, es la quinta vez que le relata al oficiante administrativo su problema, que es tan sencillo como que se olvidó de pagar y ha recibido una multa. Una y otra vez aclara que ella está siempre atenta, que no sabe cómo pudo ocurrir, que su hija, la embarazada, pasa por su casa habitualmente y tampoco se puede hacer a la idea. Puede que haya una sexta y hasta una novena, como las misas, en la que una y otra vez el mismo discurso se bifurque en cien direcciones. Las mismas que su mirada, que va de uno en uno de quienes le rodean para ver si al menos junta voluntades solidarias. El señor que viene a arreglarte un chisme que dejó de funcionar, que ya no tiene garantía y que, posiblemente, te vaya a aplicar un correctivo económico que te haga dudar sobre haberlo tirado y comprar uno nuevo. Se interroga sobre lo mal que está el servicio en general, en que ahora los repuestos, seguramente hechos en China, son malísimos, que usted no es de aquí, ¿no? Y allí se desata el ciclón, la verborragia que lo lleva de los chinos a los americanos, de Gardel a Messi, del gobierno a la madre que lo trajo. Cincuenta euritos de nada y un torrente de palabras dispersas en la cocina que son imposibles de barrer sin que se vuelen. Otro sí, digo: las palabras ante la desgracia. Un corrillo de amigos compungidos, de familiares destrozados, de compañeros de oficina contritos de dolor; un caldo de cultivo de vocablos en el que bulle todo el catecismo, el flamenquismo y la indignación irracional, condimentado por el entorno mediato que va de un pasillo de hospital, con el consiguiente atasco humano; la sala del nuevo velatorio, amplia aséptica y espaciosa; o el bar de abajo donde el desayuno interrumpe todo acto laboral pero nunca social. La desgracia convoca ángeles y demonios de toda laya. Los entrevera los re produce los combina y el espectáculo, el sonido, la jerga, las lágrimas y los abrazos hacen un todo escénico. Las palabras pesadas, infinitas, atragantadas, lloradas y silenciadas son como las llamas de un incendio, agitadas por el viento o menguadas por la lluvia. La prensa escrita de toda la vida. ¡Ah! Ejercicio de estilismo y lírica irracional donde las haya. Miles de caracteres para ensalzar un paso de Semana Santa; trenes de alta velocidad de palabras para defenestrar a un opositor de la prosapia y universalidad ciudadana; hojarasca de ironía, gracejo y mala leche para desnudar las intimidades de un personajillo local; y así siguiendo. En este caso se unen la abundancia con la ranciedad. Las palabras tiene moho, huelen a humedad, a encierro. Salen vestidas con ropa anticuada como marqueses en decadencia pero con la dignidad y el orgullo de quien aún siente que tiene el poder. El cuarto poder, el de la prensa escrita, flor y nata de la burguesía urbana, con capelina y clavel en el ojal. En esta ciudad las palabras conforman una malla densa y elegante, amén de irónica y graciosa que oculta el drama de la inacción y el pendular de la ausencia de ideología. Retablo barroco lleno de filigranas que atrapan los sentidos para no poder ir más allá de lo que tu interlocutor te permite. Salvo que tengas claves, entonces una afirmación es claramente lo contrario y quedamos para una cervecita es una despedida final. Fotos: Ale, mujer http://alevosamirada.blogspot.com.es/2013/07/el-jueves-sevilla.html

Las chicas de la Facultad

Las generalizaciones son, para nuestras historias, lo que un barniz final es para la capa pictórica de un cuadro. Si miramos el cuadro color a color perdemos de vista el conjunto, vemos manchas, pequeñas historias que de tan reales y cercanas nos atrapan y nos hacen perder la sensación de abarcar el total. Aún a riesgo de homoge-neizar tanto los matices llegamos a percibir una imagen irreal, pero que es la que verdaderamente nos interesa desde el punto de vista narrativo. Hablar de las chicas de la Facultad es una de esas generalizaciones. De todas ellas en su conjunto, del turno mañana y de la noche, una verdadera aberración sociológica pero un divertimento para nuestros recuerdos estudiantiles. Mientras las estudiantes de abogacía iban a la Facultad para conseguir marido, las de psicología para conse-guir un trabajo práctico y las de ingeniería para conseguir algo; las chicas de la Facultad iban sobre todo a mostrarse, a disfrutar una eterna y magnífica exhibición de si mismas. Si existe en el exterior del país un prototipo de argentino con fama de egocéntrico y exhibicionista quizá las chicas de la Facultad sean las más argentinas de las argentinas. En mi época las muchachas se clasificaban en muy buenas, buenas, regulares y estudiantes de ingeniería. Las chicas de la Facultad ocupaban los más altos lugares en la permanente categorización de sus bondades que los argentinos hacen de las argentinas (y de todas las chicas del mundo). En realidad mis verdaderos recuerdos de las chicas de la Facultad arrancan el año en que tuve que cursar al-gunas materias por la mañana. Hasta ese momento lo había hecho por la noche, después de agotadoras horas de trabajo en una oficina y, para ser franco, la sexualidad era para mi una materia ignota que no figuraba en la currícula universitaria; pertenecía al mundo de mi oficina y los amigos de los fines de semana. Las chicas de la Facultad, hasta ese momento, eran compañeras asexuadas que no despertaban en mi el más mínimo interés. Como iba diciendo, un año, un aciago año, tuve que cursar por la mañana. Temprano en el autobús, uno arribaba a la Facultad con muy pocos compañeros, la mayoría hombres, un poco dormidos, y mis recuerdos invernales suman el dato de muertos de frío. Si comparaba con mis experiencias de transporte nocturno se podría decir que a la mañana no iba nadie a la Facultad. Craso error, la Facu estaba llena; la mayoría llegaba en el coche de papá. Entre otras intenté cursar Historia II, con Iglesias, todo vestido de negro como un cantautor catalán, juvenil, hiperintelectual, las sienes canas y ese aire de porteño nostálgico que luego haría famoso con su inseparable Mario, dúo que inmortalizaría de una vez por todas a los enanitos de cemento de los jardines suburbanos. No había chicas en el curso, era una especie de muestrario de Porches, Ferraris Testarossa, BMW y demás iconografía hiperrealista asociada a la máquina; eran máquinas infernales. Se vestían de forma que uno siempre se preguntaba qué se pondrían en caso de tener que ir a una fiesta. En invierno había más zorros patagónicos que en el propio sur argentino, en verano jeans ajustados y remeritas pegadas al cuerpo que no llegaban a la cintura. Siempre delicadamente despeinadas, echándose el pelo hacia atrás con la mano derecha, una y otra vez, dejando que dulcemente el pelo volviera a taparles parcialmente una carita de ángel, muy maquillada, que te dejaba sin habla. Tengamos en cuenta que yo, por entonces, era un chico de barrio, egresado de un colegio interno, que había batallado poco en la calle y casi nada con chicas de más allá de mi barrio. En ese entonces Belgrano era tan lejano como Nueva York, y seguramente de allí y todavía más al Norte, procedían muchas de las que entonces fueron, por muy poco tiempo, mis compañeritas de la Facultad. No me aceptaban en ningún grupo, estaba más solo que el obelisco. Me metí en uno, todas chicas, en un descuido y presumiendo que trabajaba en una revista de arquitectura (mentira todavía, porque ese sueño se cumpliría dos años después). No me dieron el número de teléfono ni por broma (yo a todas, por supuesto), soportaba estoicamente no entender nada de lo que decían, jamás hablaron de historia y seguramente casi nada de arquitectura, viste? Fue un verdadero calvario, estaba rodeado, probablemente, del grupo más hermoso de descerebradas que pudiesen reunirse en la Facultad. Muchachas hermosas, sin un dedo de frente, que tenían asegurado el futuro en empresas o ateliers de decoración o, simplemente, en opulentos hogares argentinos de clase media alta que ellas mismas se encargarían de fundar. Abandoné las dos o tres materias que intenté cursar por la mañana. Perdí casi un año (porque era todavía época de “boludo” que no “robaba” una materia ni por broma). No pude lograr la más mínima señal de com-pañerismo, era demasiado tonto y, porque no, un poco resentido políticamente hablando (quizá estos recuer-dos sigan siendo así). Así que me largué sin más, alegando que esa Facultad no era para mí. Viendo las tablas de surf en los techos de portentosos autos que les esperaban para dirigirse al Norte, enfilaba nuevamente al sur en mi querido 33, vacío de empulpaditas y machonas compañeras nocturnas, que sin duda revalorizaron sus acciones frente a mi estúpida e inútil experiencia mañanera en la Facultad.

Despropósito

Si, es un despropósito, pero alguien debía hacerse cargo. Dentro de las fuerzas de represión en la sombra, no existe ninguna que, en realidad, haga algún tipo de justicia que se parezca a la justicia que la gente considera justa. Matan con placer a víctimas cuya fechoría tiene relación, casi siempre, con hacer justicia de aquella, la de la gente corriente. Pero nunca a uno de los otros. ¿Qué otros, se preguntará? Los otros, los que sí hacen difícil la vida, los que arruinan toda capacidad de felicidad, pero que se diferencian fácilmente de los Otros, con mayúsculas, porque lo hacen gratis, sin cobrar. O por un sueldo de hambre que sólo sirve para fomentar aún más su resentimiento. La misión, mi particular cruzada era, y es, acabar con esos miserables otros. Pero sólo a los que se encargan de forma directa de la gestión del patrimonio cultural. Oiga, no se ría hombre, esto es más serio de lo que usted cree. Es verdad que no es nada corriente que un tipo como yo, que para la mayoría es un despojo intelectual que no tiene ni siquiera un doctorado, ni una maestría en condiciones, se pase al lado oscuro de la sociedad para exterminar gestores patrimoniales, ¿que es un despropósito?, se lo dije al comienzo: alguien debía hacerse cargo. Un gestor patrimonial es, ante todo un funcionario en el 99% de los casos. No tengo nada contra los funcionarios, pero muchos de ellos han dejado de funcionar hace tiempo. En su comodidad han dejado de estudiar, investigan poco y nada y la voz del amo, es decir las jerarquías administrativas y/o políticas que están por encima de su exigua esfera laboral, se sobrepone a cualquier iniciativa. Claro que hay excelentes funcionarios y gestores patrimoniales, pero esos no forman parte de mi misión. Mi objetivos son esos otros. El primer caso era un conservador del museo arqueológico de mi ciudad; el sistema, una defenestración. Rápida, inocua para el mobiliario y el edificio y eficiente dada la ubicación de su despacho en el museo. El segundo era un jefe de servicio de protección del ministerio autonómico de cultura de mi región. Para este caso había reservado unas cápsulas de ricino que, servidas con celo en su segundo café de la media mañana, resultarían en una especie de gripe fatal. Hay también en la lista un arqueólogo municipal de un pueblo cercano a mi ciudad, que desconoce los principios básicos de una intervención de urgencia y lleva más daños colaterales al patrimonio arqueológico que una misión urbana de mercenarios americanos. Para este caso y dadas las circunstancias materiales, lo ideal sería la utilización de un arma contundente como una masa o un bate de beisbol. No podía faltar un colega, un arquitecto, un soberbio ejemplar profesional, nunca mejor dicho lo de soberbio, que trabaja en el sector de rehabilitación patrimonial del casco urbano de una ciudad de mi comarca. Es lo que en la jerga se denomina una desaparición selectiva, y para ello sólo un arma de fuego es lo más útil, por la limpieza del trazo, y sobre todo por la efectiva inmovilización que produce en la víctima y la consiguiente descarga emocional de ruegos y propuestas de solución alternativa. He estado pensando en mi potencial resentimiento profesional, intelectual y social, pero no he hallado síntomas que indiquen una falta de racionalidad de los actos ni un agravante moral a mi particular cruzada. Una vez que uno decide pasarse al otro lado, al territorio oscuro, sólo la soledad de los actos y la autoculpabilidad son los referentes que nos acompañarán por el pedregoso camino de una justicia, insólita, amoral y altamente reivindicativa para con un pasado que debe respetarse. Como sea.