lunes, 2 de diciembre de 2013

Despropósito

Si, es un despropósito, pero alguien debía hacerse cargo. Dentro de las fuerzas de represión en la sombra, no existe ninguna que, en realidad, haga algún tipo de justicia que se parezca a la justicia que la gente considera justa. Matan con placer a víctimas cuya fechoría tiene relación, casi siempre, con hacer justicia de aquella, la de la gente corriente. Pero nunca a uno de los otros. ¿Qué otros, se preguntará? Los otros, los que sí hacen difícil la vida, los que arruinan toda capacidad de felicidad, pero que se diferencian fácilmente de los Otros, con mayúsculas, porque lo hacen gratis, sin cobrar. O por un sueldo de hambre que sólo sirve para fomentar aún más su resentimiento. La misión, mi particular cruzada era, y es, acabar con esos miserables otros. Pero sólo a los que se encargan de forma directa de la gestión del patrimonio cultural. Oiga, no se ría hombre, esto es más serio de lo que usted cree. Es verdad que no es nada corriente que un tipo como yo, que para la mayoría es un despojo intelectual que no tiene ni siquiera un doctorado, ni una maestría en condiciones, se pase al lado oscuro de la sociedad para exterminar gestores patrimoniales, ¿que es un despropósito?, se lo dije al comienzo: alguien debía hacerse cargo. Un gestor patrimonial es, ante todo un funcionario en el 99% de los casos. No tengo nada contra los funcionarios, pero muchos de ellos han dejado de funcionar hace tiempo. En su comodidad han dejado de estudiar, investigan poco y nada y la voz del amo, es decir las jerarquías administrativas y/o políticas que están por encima de su exigua esfera laboral, se sobrepone a cualquier iniciativa. Claro que hay excelentes funcionarios y gestores patrimoniales, pero esos no forman parte de mi misión. Mi objetivos son esos otros. El primer caso era un conservador del museo arqueológico de mi ciudad; el sistema, una defenestración. Rápida, inocua para el mobiliario y el edificio y eficiente dada la ubicación de su despacho en el museo. El segundo era un jefe de servicio de protección del ministerio autonómico de cultura de mi región. Para este caso había reservado unas cápsulas de ricino que, servidas con celo en su segundo café de la media mañana, resultarían en una especie de gripe fatal. Hay también en la lista un arqueólogo municipal de un pueblo cercano a mi ciudad, que desconoce los principios básicos de una intervención de urgencia y lleva más daños colaterales al patrimonio arqueológico que una misión urbana de mercenarios americanos. Para este caso y dadas las circunstancias materiales, lo ideal sería la utilización de un arma contundente como una masa o un bate de beisbol. No podía faltar un colega, un arquitecto, un soberbio ejemplar profesional, nunca mejor dicho lo de soberbio, que trabaja en el sector de rehabilitación patrimonial del casco urbano de una ciudad de mi comarca. Es lo que en la jerga se denomina una desaparición selectiva, y para ello sólo un arma de fuego es lo más útil, por la limpieza del trazo, y sobre todo por la efectiva inmovilización que produce en la víctima y la consiguiente descarga emocional de ruegos y propuestas de solución alternativa. He estado pensando en mi potencial resentimiento profesional, intelectual y social, pero no he hallado síntomas que indiquen una falta de racionalidad de los actos ni un agravante moral a mi particular cruzada. Una vez que uno decide pasarse al otro lado, al territorio oscuro, sólo la soledad de los actos y la autoculpabilidad son los referentes que nos acompañarán por el pedregoso camino de una justicia, insólita, amoral y altamente reivindicativa para con un pasado que debe respetarse. Como sea.

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