lunes, 2 de diciembre de 2013

Palabreo

Tengo un amigo que quiere ser escritor. A mí no me gusta lo que escribe ni cómo lo escribe. Siempre le sobran palabras. Pensando en él y en su último envío me dije que en esta ciudad hay un exceso de palabras, en general. Así, mirando grueso y sin enfocar demasiado. Como paradoja del andaluz, un idioma que tiende a apocoparse cada vez más y que, una vez escuché en la radio, será el castellano del futuro. Las palabras son tan abundantes como abrumadoras. La señora que está delante de mí en la cola del trámite, es la quinta vez que le relata al oficiante administrativo su problema, que es tan sencillo como que se olvidó de pagar y ha recibido una multa. Una y otra vez aclara que ella está siempre atenta, que no sabe cómo pudo ocurrir, que su hija, la embarazada, pasa por su casa habitualmente y tampoco se puede hacer a la idea. Puede que haya una sexta y hasta una novena, como las misas, en la que una y otra vez el mismo discurso se bifurque en cien direcciones. Las mismas que su mirada, que va de uno en uno de quienes le rodean para ver si al menos junta voluntades solidarias. El señor que viene a arreglarte un chisme que dejó de funcionar, que ya no tiene garantía y que, posiblemente, te vaya a aplicar un correctivo económico que te haga dudar sobre haberlo tirado y comprar uno nuevo. Se interroga sobre lo mal que está el servicio en general, en que ahora los repuestos, seguramente hechos en China, son malísimos, que usted no es de aquí, ¿no? Y allí se desata el ciclón, la verborragia que lo lleva de los chinos a los americanos, de Gardel a Messi, del gobierno a la madre que lo trajo. Cincuenta euritos de nada y un torrente de palabras dispersas en la cocina que son imposibles de barrer sin que se vuelen. Otro sí, digo: las palabras ante la desgracia. Un corrillo de amigos compungidos, de familiares destrozados, de compañeros de oficina contritos de dolor; un caldo de cultivo de vocablos en el que bulle todo el catecismo, el flamenquismo y la indignación irracional, condimentado por el entorno mediato que va de un pasillo de hospital, con el consiguiente atasco humano; la sala del nuevo velatorio, amplia aséptica y espaciosa; o el bar de abajo donde el desayuno interrumpe todo acto laboral pero nunca social. La desgracia convoca ángeles y demonios de toda laya. Los entrevera los re produce los combina y el espectáculo, el sonido, la jerga, las lágrimas y los abrazos hacen un todo escénico. Las palabras pesadas, infinitas, atragantadas, lloradas y silenciadas son como las llamas de un incendio, agitadas por el viento o menguadas por la lluvia. La prensa escrita de toda la vida. ¡Ah! Ejercicio de estilismo y lírica irracional donde las haya. Miles de caracteres para ensalzar un paso de Semana Santa; trenes de alta velocidad de palabras para defenestrar a un opositor de la prosapia y universalidad ciudadana; hojarasca de ironía, gracejo y mala leche para desnudar las intimidades de un personajillo local; y así siguiendo. En este caso se unen la abundancia con la ranciedad. Las palabras tiene moho, huelen a humedad, a encierro. Salen vestidas con ropa anticuada como marqueses en decadencia pero con la dignidad y el orgullo de quien aún siente que tiene el poder. El cuarto poder, el de la prensa escrita, flor y nata de la burguesía urbana, con capelina y clavel en el ojal. En esta ciudad las palabras conforman una malla densa y elegante, amén de irónica y graciosa que oculta el drama de la inacción y el pendular de la ausencia de ideología. Retablo barroco lleno de filigranas que atrapan los sentidos para no poder ir más allá de lo que tu interlocutor te permite. Salvo que tengas claves, entonces una afirmación es claramente lo contrario y quedamos para una cervecita es una despedida final. Fotos: Ale, mujer http://alevosamirada.blogspot.com.es/2013/07/el-jueves-sevilla.html

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